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Hipólito Yrigoyen fue un personaje particular en la política
argentina y, hasta donde he visto, en la política en general. Hace muchos años
leí la historia del “presidente peregrino” de México, don Benito Juárez... creo
que don Hipólito era de esa clase de personas.
Ha tenido
actitudes y tomado decisiones que ahora, “con
el diario del lunes”, nos parezcan equivocadas, pero su presencia en la
evolución política de esta parte de América, es esencial. Sus misterios, sus
giros lingüísticos, su parquedad son solamente el barniz exterior de una
personalidad profunda.
La
necesidad de que “los pueblos dejen de ser gobernados para comenzar a gobernarse”
sigue estando presente en una Argentina en donde las instituciones de la democracia son, en muchos lugares (miren
hoy por lo que se empieza a desnudar en Tucumán, como botón del muestrario) todavía “letra muerta”… ya ni se
preocupan de mentírnoslas en las escuelas, directamente se las desconoce.
Funcionarios
que se mofan de los derechos de sus conciudadanos y se jactan de su abuso de
poder, de su enriquecimiento espurio y de su complicidad con el delito, siguen
siendo “el régimen” contra el que luchaba Yrigoyen y que pretendía
desterrar con la presencia real de la voluntad popular en la toma de decisiones.
Por eso,
quienes adherimos desde las convicciones y desde las emociones, no podemos
aceptar mansamente esta “rebañización” del partido que lo
llevara a la presidencia hace cien años.
Hace
treinta años uno de sus discípulos, don Raúl
Alfonsín, aconsejaba a sus auditorios: “no sigan hombres, los hombres
defeccionamos, sigan ideas…” En nombre de esas ideas no abandonemos en
el olvido las luchas de don Hipólito.
Hoy el
radicalismo es socio casi mudo del gobierno. Deberá empezar a empujarlo a que, además del respeto de las
instituciones (que no es poco), tome todas las iniciativas para que esta voluntad del pueblo que ha engendrado
estas instituciones que deben ser sagradas, cumplan con su deber.
No puede
aceptarse más que haya protección y complicidad con el delito. Que, por
cuestiones presupuestarias, se disminuyan los beneficios de los mayores,
decaiga el sistema educativo (se reduzcan servicios, se desactiven programas
especiales, que tal vez deban ser mejorados) y todos los etcéteras que cada
cual y cada sector conoce. Los derechos
laborales son (ya desde la anterior administración) una burla porque el trabajo
“en negro” y/o fuera de las mínimas normas está presente y quienes deben controlar su cumplimiento parece que
siempre llegan tarde. También el trabajador que “reclama” pasa a ser un “vago”
y pierde su puesto rápidamente.
Todos estos
temas tienen que estar en la agenda de un radicalismo que no puede dedicarse
solamente a ver qué porción de áreas de poder consigue para sus dirigentes… esa
pugna natural no puede silenciar ni adormecer esta responsabilidad. Lo reclama
la historia (que hoy nos recuerda la gesta de Yrigoyen) y, sobre todo, lo
reclama el futuro…
(Como "bonus track" de este artículo, haciendo "click" se puede leer o "descargar" un interesante artículo del nº 2 de TODO ES HISTORIA sobre don Hipólito... léanlo, es interesante)
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