miércoles, 6 de septiembre de 2017

¿Qué puede decirse de un 6 de septiembre en Argentina en 2017?


 ¿Qué puede decirse de un 6 de septiembre en Argentina en 2017?

Tal vez en aquel año de 1930, cuando todavía los autoritarismos populistas europeos no habían mostrado lo peor de su locura, es decir que los grupos de poder todavía no habían terminado de “ponerle fichas” a esos autoritarismos infames, de los que todavía no logramos liberarnos, no se pensaba en las consecuencias a largo plazo de lo que se gestaba.


Año 1930 en Argentina. Un grupo de autoritarios, a grupas del caballo de un general (de esos que no habían oído el silbido de una bala, al decir de Borges), expulsaron del poder a mucho más que un gran presidente, del mentor del voto popular libre y universal. Expulsaron la voluntad popular y la posibilidad de crecimiento de los derechos de los ciudadanos.

Montados sobre la moda ideológica de aquel tiempo y sobre los intereses amenazados de las petroleras extranjeras y los viejos “aristócratas” ganaderos del viejo “régimen falaz y descreído”, tomaron el poder.

La democracia siempre es imperfecta, tan imperfecta como sus actores (los humanos). Las imperfecciones de la democracia siempre se superan con más democracia, con mayor participación. No se acaba una enfermedad terminando con el enfermo.

Esa locura de terminar con la democracia para “poner orden” y “terminar con los males de la democracia” duró, con excepciones y cortos períodos de vigencia del sistema democrático, hasta 1983. Fue acentuando su locura y su cinismo hasta, luego de un baño de sangre interno que todavía no terminó de cerrarse, llevar al país a una guerra absurda (como todas las guerras).

Cuando los autoritarios, al servicio de las aves de rapiña del poder económico concentrado, seducen a los ciudadanos con su prédica de “eficiencia y orden”, expulsan a personas como Yrigoyen, expulsan la voluntad popular, expulsan el crecimiento social, el verdadero desarrollo económico, expulsan el futuro.

Ahora que, desde el futuro, vemos aquel 6 de septiembre de 1930, no podemos hacer otra cosa que indignarnos contra los que todavía siguen seducidos por los autoritarismos y los que, sobre los acentuados defectos del sistema democrático, siguen pensando en terminar con las enfermedades matando a los enfermos.

Una sociedad estable, previsible, con horizontes de crecimiento para todos sus miembros, no se construye descartando “al otro”. Se construye con todos. La sociedad tiene el deber de incluir a todos en su seno, no puede excluir a nadie. Tiene la obligación, a través de sus instituciones, de generar un lugar para cada uno (como individuos y como grupos). Un lugar que no sea un campo de concentración, un lugar con horizonte.

Todos tenemos que ser conscientes de esto. Todos tenemos que comprometernos con esto. Nunca las diferencias de ideas y de intereses pueden superar esta premisa.

Hoy el antiguo “régimen falaz y descreído” nos quiere poner ante una nueva opción equivocada que, si bien no pareciera pretender atentar contra el sistema democrático, puede llevárselo por delante junto con los derechos de los más débiles.

Con la excusa del “costo argentino” se pretende acabar con los derechos laborales, con la excusa de una presunta vetustez del sistema de partidos se busca (y se lo han logrado en los hechos) convertirlos (a los partidos) definitivamente un una instancia gerencial de “la gran empresa política”.

Es una responsabilidad de todos, saliendo de la falsa opción “cristinomauricia” que desvía la mirada de la realidad, retomar la creación política desde su célula básica, que son los partidos.

A ver si puedo hacerme entender: los partidos no deben ser (como se han convertido) en una federación de dirigentes y sus empleados. Deben ser una instancia de participación y promoción de todos los que piensan de manera similar, para generar opciones políticas y promover a quienes han de llevarlas a cabo, por medio de la voluntad de todos ciudadanos.

Este es el desafío del recuerdo actualizado de aquel 6 de septiembre de 1930. Haber dejado caer al sistema de partidos, con todos sus defectos y sus virtudes, en aquel tiempo, le ha costado a la Argentina muchos años de desencuentro y derramamiento de sangre.

Los que pretendemos seguir el legado de don Hipólito tenemos una gran responsabilidad en este sentido. Una responsabilidad que debemos contagiar a los demás ciudadanos. No nos hagamos los tontos buscando un carguito o una ventajita. Aquel 6 de septiembre nos interpela, sepamos ser dignos en nuestra respuesta.


Luis Carlos Aguirre