Alfonsín en San Miguel, pocos días antes del 30 de octubre. Se ve a Don Alfredo Olachea, uno de los "artesanos" locales del retorno y consolidación de la democracia. |
ARGENTINOS:
Se acaba la dictadura militar. Se acaba la inmoralidad y la
prepotencia. Se acaba el miedo y la
represión. Se acaba el hambre obrero. Se acaban las fábricas muertas. Se acaba el imperio del dinero sobre el
esfuerzo de la producción.
Se terminó, basta de ser extranjeros en nuestra tierra.
Argentinos, vamos todos a volver a ser los dueños del país.
La Argentina será de su pueblo. Nace la
democracia y renacen los argentinos .
Decidimos el país que queremos; estamos enfrentando el
momento más decisivo del último siglo.
Y ya no va a haber ningún iluminado que venga a explicarnos
cómo se construye la República. Ya no
habrá más sectas de "nenes de papá", ni de adivinos, ni de
uniformados, ni de matones para decirnos lo que tenemos que hacer con la
Patria.
Ahora somos nosotros, el conjunto del pueblo, quienes va a
decir cómo se construye el país. Y que nadie se equivoque, que la lucha electoral
no confunda a nadie; no hay dos pueblos.
Hay, dos dirigencias, dos posibilidades.
Pero hay un solo pueblo.
Así, lo que vamos a decidir dentro de cuatro días es cuál de
los dos proyectos populares de la Argentina va a tener la responsabilidad de
conducir al país. Y aquí tampoco nadie debe confundirse. No son los objetivos nacionales los que nos
diferencian sino los métodos y los hombres, para alcanzarlos.
No es suficiente levantar las banderas de justicia social,
hay que construirla y hacer que permanezca.
Las conquistas pasajeras, frágiles, las borran de un plumazo las
dictaduras. Y entonces, es el pueblo el
que paga los errores de los gobiernos populares.
No puede haber más equivocaciones. Hay que saber
gobernar a la Argentina. Este no es un tiempo para improvisar, para
debilitarse en luchas internas. Hay
demasiado trabajo que hacer para que se carezca de la unidad de mano necesaria
para enfrentar todos los problemas que nos deja la dictadura.
No alcanza declamar la libertad. Hay que tener historia de libertad para poder
asegurarla. Si no vuelve el silencio, la represión y el miedo.
Lo que vamos a decidir es cuál de los dos proyectos
populares está en mejores condiciones de lograr la libertad y la justicia
social sin retrocesos, para éstas y las próximas generaciones de argentinos.
Los más altos dirigentes Justicialistas han dicho que las
elecciones no las ganará ningún candidato sino que las va a ganar Perón, así
como el Cid Campeador venció muerto una batalla.
Me pregunto como se preguntan millones de argentinos,
entonces ¿ quién va a gobernar en la Argentina?
Y me lo pregunto al igual que millones de argentinos, porque todos
recordamos muy bien lo que ocurrió cuando murió Perón.
En ese momento se produjo una crisis de autoridad que ocasionó grandes
daños al país. En esos años hubo quienes
tomaron decisiones desacertadas, hubo quienes actuaron irresponsablemente, hubo
quienes precedieron con buena voluntad y hubo quienes lo hicieron de manera
criminal. Pero lo cierto es que sucedía algo más importante: nadie sabía
realmente quién gobernaba en verdad a la Argentina. La crisis de autoridad creada por la muerte
de Perón, al no poder ser resuelta por el partido gobernante, colocó a la
Nación más allá de la voluntad, e incluso de la buena voluntad de los que
deseaban fervientemente consolidar un gobierno popular al servicio del pueblo.
Asistimos entonces a un caos económico, al desorden social y
a la escalada de la violencia. El
llamado Rodrigazo inauguró hiperinflación y la especulación más
desenfrenada. Esta inflación galopante,
desatada en junio de 1975, implicó un despojo cotidiano sobre todos los
salarios. La reacción justa e inevitable de los trabajadores ahondó un
creciente desorden social.
Entretanto la acción de las 3 A, desplegada con toda
intensidad e Impunidad, había suscitado un clima de violencia
generalizada. Sobre este telón de fondo,
en medio del caos económico y el desorden social, nos vimos envueltos en un
juego enloquecido de terrorismo y represión que se fue ampliando de manera
incontenible.
Nadie podrá reprochar jamás al radicalismo haber echado leña
al fuego en esos años de desorientación
y crisis. El radicalismo no Intentó
aprovecharlos en su favor sino que puso todo su esfuerzo para que se
mantuvieran las Instituciones de la República.
Pero la crisis de autoridad suscitada por la muerte de Perón
resultó lnmanejable y tuvo consecuencias trágicas. La más evidente, que todos sufrimos, fue la
de ofrecer el pretexto esperado por las minorías del privilegio para provocar el golpe de 1976 y
sumir a la Nación Argentina en el régimen más oprobioso de toda su historia.
Vinieron con el pretexto de terminar con la especulación y
desencadenaron una especulación gigantesca que desmanteló el aparato productivo
del país, empobreció a la inmensa mayoría de los argentinos y enriqueció
desmesuradamente a un minúsculo grupo de parásitos.
Vinieron con el pretexto de evitar la cesación de pagos ante
el extranjero y endeudaron al país en forma que nadie hubiera podido Imaginar y
sin dejar nada a cambio de una deuda inmensa.
Vinieron con el pretexto de eliminar la corrupción y
terminaron corrompiendo todo, hasta las palabras más sagradas y los juramentos
más solemnes.
Vinieron con el pretexto de restaurar la tranquilidad y se
ocuparon de Imponer el temor a la Inmensa mayoría de los argentinos.
Vinieron con el pretexto de Instaurar el orden y acabar con la violencia y desataron una represión
masiva, atroz e ilegal acarreando un drama tremendo para el país, cavando un foso
de sangre deliberadamente impulsado por algunos grupos privilegiados con el
designio de enfrentar definitivamente a las Fuerzas Armadas con el pueblo
argentino a fin de entorpecer o impedir la vialidad de cualquier futuro
gobierno popular.
Vinieron con el pretexto de imponer la paz e Incitaron a la
guerra, hasta que, usando las aspiraciones más legítimas y sentidas por todos
los argentinos, se embarcaron irresponsablemente en el conflicto de las
Malvinas.
Nadie puede imaginar que sea responsable de estas tragedias
la masa de hombres y mujeres argentinos que creían en Perón. Por el contrario,
ellos, como la inmensa mayoría de los argentinos, han sido las víctimas de
tales males.
Pero sería irresponsable no reconocer que la crisis de
autoridad que siguió a la muerte de Perón desemboco en una situación
inmanejable para el partido entonces gobernante. Así cundieron el desconcierto y el
descreimiento y se dejó el campo libre para la aventura del régimen militar y los intereses espurios, de
adentro y de afuera, que se encaramaron en el poder.
Es una lección amarga que los argentinos no podemos ni
debemos olvidar porque sino las desgracias volverán a repetirse. Detrás de esa
lección hay otra más profunda que tampoco deberemos olvidar. La crisis de autoridad
que se vivió al morir Perón abrió una disputa por el poder en la que
predominaron la prepotencia y la violencia.
Pero con la prepotencia y la violencia no hay gobierno posible para el
pueblo argentino: con ellas sólo se benefician los pequeños grupos que las
manejan mientras casi todos los argentinos se perjudican. Peor aún: por ese camino corremos el peligro
de quedarnos sin país.
Porque la violencia y la prepotencia son las que nos impiden
construir. Es la prepotencia y la
violencia alternativamente ejercida por uno y otros grupos minoritarios, ya sea
la violencia física, económica, social, o política, la que nos obliga a
comenzar siempre de nuevo, la que viene a destruir lo que a duras penas
levantamos un día y nos fuerza a empezarlo otra vez al día siguiente. ¿Qué
industria vamos a tener si cada dos o tres o cuatro años las fábricas se
cierran y pasan otros tantos años para abrirlas otra vez y recomenzar casi de
cero? ¿Qué sindicatos vamos a tener si los trabajadores se ven entorpecidos
desde afuera o desde adentro para construirlos y perfeccionarlos a través del
tiempo por su libre decisión, ejerciendo con pasión pero con tranquilidad la
crítica que permite corregir errores y mejorar las cosas? ¿Qué educación vamos
a tener si la intolerancia y la prepotencia lleva periódicamente a echar
maestros y profesores, a cerrar aulas y laboratorios, a destruir una y otra vez
en pocos días los que tanto trabajo y tantos años cuesta levantar en cada
ocasión? Y así podríamos seguir con cada tema, con cada actividad. ¿Cómo nos
vamos a quedar inermes ante los Intereses extranjeros si destruyéndonos una y
otra vez a nosotros mismos somos incapaces de fortalecernos?
Los argentinos, casi todos los argentinos, tenemos en
nuestra boca el amargo regusto de trabajar en vano, de arar en el mar porque
periódicamente asistimos a la destrucción de nuestros esfuerzos.
Y todo esto ocurre porque el poder que se puede obtener con
la violencia y la prepotencia sólo sirve para lo que ellas sirvan, es decir
para destruir. Es poco o nada lo que se
puede construir con la violencia y la prepotencia. Y así es como está nuestra
desgraciada nación.
La crisis de autoridad sólo será resuelta restableciendo la
autoridad, es decir la capacidad para conciliar, la aptitud para convencer y no
para vencer.
Tendremos autoridad porque seremos capaces de convencer,
porque estamos proponiendo lo que todos los argentinos sabemos que necesitamos:
la paz y la tranquilidad de una
convivencia en la que se respeten las discrepancias y en la que los esfuerzos
para construir que hagamos cada día no sean destruidos mañana por la
intolerancia y la violencia.
Proponerse convencer solo tiene sentido si estamos
dispuestos también a que otros nos puedan convencer a nosotros, si aseguramos
la libertad y la tolerancia entre los argentinos. Proclamamos estas ideas no sólo porque nos
parecen mejores sino -y sobre todo- porque sabemos que constituyen el único
método para que los argentinos nos pongamos a construir de una vez por todas
nuestro Futuro. Esto es, simplemente, la democracia.
Y cuando denunciemos a quienes proponen, de uno u otro modo,
perpetuar la violencia, la prepotencia o la Intolerancia como método de
gobierno, no queremos ni nos importa denunciar a una o varias personas
determinadas. Lo que nos preocupa, y lo que nunca dejará de preocuparnos, es
impedir que ese método destructivo siga imperando en nuestra patria, que siga
aniquilando los esfuerzos de todos los argentinos, que siga condenándonos,
corno nos condenó hasta ahora, a ser un país en guerra consigo mismo.
Hay quienes creen, por tener demasiado metido dentro de sí
mismos la prepotencia, o por soñar con soluciones mágicas e inmediatas, que ser
tolerantes es ser débiles. Se confunden por completo. Para ser tolerantes y
para hacer imperar la tolerancia se requiere mucho más firmeza que para ser
prepotentes.
En primer lugar, se necesita firmeza consigo mismo para no
caer en la tentación de abusar del propio poder ¡Cuánto mejor estaríamos hoy sí
en las Fuerzas Armadas hubiera existido el buen criterio, el correcto criterio
de usar las armas que el pueblo les entregó para defenderlo eficientemente
contra las fuerzas armadas de otros países y no para ocupar el gobierno de la
República!
¿Cuánto mejor estaríamos si casi todos los gobiernos no
hubieran cedido a la tensión de declarar el estado de sitio -medida excepcional
y extrema según la Constitución- para vencer sus dificultades en vez de
procurar convencer a la población, aceptar sus críticas y garantizar el
reemplazo pacífico de los gobernantes.
Pero también se requiere mucha firmeza para impedir, de una
vez por todas, que vuelvan a triunfar los profetas de la prepotencia y de la
violencia. Después de las desgracias que
sufrimos el pueblo argentino entero habrá de impedirlo. Nunca más permitiremos que un pequeño grupo
de iluminados, con o sin uniforme, pretenda erigirse en salvadores de la
patria, mandándonos y pretendiendo que obedezcamos sin chistar. Porque sabemos que sólo podremos levantarnos
de estas ruinas que nos oprimen mediante el esfuerzo libre y voluntario de
todos, mediante el trabajo oscuro y cotidiano de cada uno. Ningún obstáculo será insuperable frente a la
voluntad inmensa de un pueblo que se pone a trabajar si cerramos definitivamente
el camino a la prepotencia y la violencia y la destrucción con la que nos
amenazan.
Estas ideas constituyen nuestra primer propuesta básica: que
sea claro el método con el que vamos a construir nuestro propio futuro, el
método de la libertad y de la democracia.
Nuestra segunda propuesta fundamental, además del método con
el que actuaremos, señala el punto de partida del camino que nos propondremos
recorrer: el de la justicia social.
Es innecesario reiterar la gravedad de la situación actual
del país, la peor de toda su historia. Pero sí es un deber de todos que hay quienes
sufren más que otros. Nuestro punto de
partida, que sabemos compartido por la
inmensa mayoría de los argentinos, apela a un formidable esfuerzo de
solidaridad y fraternidad con los que están más desamparados, con los que más
necesitan entre todos los que necesitan.
Vamos a construir el futuro de la Argentina y comenzaremos por
construirlo ya mismo para quienes menos tienen.
Es por eso que yo hice un solo juramento: no habrá más niños
con hambre entre los niños de la Argentina.
Esos niños que sufren hambre son los más desamparados entre los
desamparados y su condición nos marca con un estigma que debe avergonzarnos
como hombres y como argentinos.
Nuestra apelación a la fraternidad y la solidaridad entre los
argentinos es mucho más que un Impulso ético.
Hay en ella un propósito político en el sentido más profundo de la
palabra.
Porque la riqueza de un país no está en su territorio ni en
sus bienes, ni en sus vacas ni en su petróleo: está en todos y cada uno de sus habitantes, en todos y cada
uno de sus hombres y mujeres. Es el trabajo, la capacidad de creación de los
seres humanos que lo habitan, lo que da sentido y riqueza a un país.
Por eso, cuando nos proponemos privilegiar el mejoramiento
de las condiciones de vida de los sectores más postergados estamos proponiendo
rescatar, lo más rápidamente posible, la mayor fuente de nuestra riqueza, el
mayor capital de nuestra patria: es la voluntad de terminar con la inacción a
que fueron condenados millones de hombres y mujeres para que sumen su esfuerzo
a los otros millones de hombres y mujeres que están trabajando. Es la voluntad de conseguir cuanto antes una
mayor igualdad, para que todos los argentinos puedan tener iguales
oportunidades de desplegar su esfuerzo creador y contribuir con él al bienestar
de todos. Es voluntad de terminar con los que están injustamente relegados
porque la sociedad no les ofrece ni les permite lo que debe ofrecerles y
permitirles en la Argentina justa y generosa que vamos a construir. Es la voluntad de acabar con la falta de
techo y comida,de educación y de salud que castigan a tantos compatriotas y que
nos privan a todos de la contribución que podrían dar a la Nación. Es la voluntad de terminar con la
discriminación ejercida contra nuestras mujeres argentinas por la subsistencia
de y costumbres retrógradas.
Ese pueblo unido en el trabajo, en la libertad y en justicia
social que vamos a tener constituirá la valla más formidable que los argentinos
levantaremos para impedir nuevas frustraciones.
Sobre esa voluntad nuestro gobierno actuará con toda la
energía y la firmeza que el pueblo está esperando para que nunca más los
pequeños grupos de privilegiados de adentro ni los grandes intereses de afuera
quiebren las instituciones y sometan a la Nación.
Y ahí no habrá ninguna antinomia, porque es falso que las
haya, como son falsas las acusaciones que Imprudentemente algunos lanzaron.
No habrá radicales ni antiradicales, ni peronistas ni
antiperonistas cuando se trate de terminar con los manejos de la patria
financiera, con la especulación de un grupo parasitario enriquecido a costa de
la miseria de los que producen y trabajan.
No habrá radicales ni antiradicales. ni peronistas ni
antiperonistas cuando haya que impedir cualquier loca aventura militar que
pretenda dar un nuevo golpe.
Sabemos que, como argentinos, son Innumerables quienes
aprendieron que detrás de las palabras grandilocuentes con las que se incitan a
los golpes están, ahora más que nunca, la avidez de unos pocos privilegiados
dispuestos a arruinar al país y grandes Intereses extranjeros dispuestos a
someterlo.
La inmensa mayoría de los argentinos, sin distinciones ni
banderas, y el gobierno al frente, terminaran para siempre con cualquier
tentativa de recrear la perversa e ilícita asociación de miembros de las
cúpulas de las FFAA, formando un partido militar, para aliarse una vez más con
la elite parasitaria de la patria financiera a fin de conquistar y usufructuar
el poder en su propio beneficio.
No habrá radicales ni antiradicales, ni peronistas ni
antiperonistas sino argentinos unidos para enfrentar el imperialismo en nuestra
patria o para apoyar solidariamente a los países he manos que sufran sus
ataques.
La construcción y la defensa de la Argentina la haremos
marchando juntos, aceptando en libertad las discrepancias, respetando las
diferencias de opinión, admitiendo sin reparos las controversias en el marco de
nuestras instituciones porque así y sólo así podremos lograr la unión que
necesitamos para salir adelante.
Una nación es una voluntad viviente y, al igual que los
hombres, se templa con las desgracias. Las desgracias que sufrimos nos han
templado y ese temple es indispensable para sobrellevar las dificultades que
deberemos superar.
¡Y las vamos a superar!.
Tenemos el inmenso privilegio, entre los países del mundo,
de disponer de un territorio extenso y lleno de posibilidades que esperan ser
explotadas. Frente a un pueblo que
despliegue con vigor su capacidad de trabajo y vaya construyendo piedra sobre
piedra su futuro, impidiendo que nadie, nunca más, venga a destruir lo que vaya
haciendo, no hay dificultad que no pueda superarse. Este es nuestro propósito, ésa es la voluntad
en que nos empeñaremos todos los argentinos, ése será nuestro gobierno.
Y el símbolo que coronará nuestros esfuerzos, que expresará
mejor que ningún otro la autoridad, la paz, la tolerancia, la continuidad del
trabajo fructífero de la Nación, lo veremos dentro de seis años cuando
entreguemos las instituciones intactas, la banda y el bastón de Presidente a
quien el pueblo argentino haya elegido libre y voluntariamente.
La foto donde se ve a Alfredo Olachea con el Dr. Alfonsin, fue sacada el 12/10/83, en un palco que se levantó en la intersección de Belgrano y León Gallardo (hoy Perón) en un acto con motivo de la campaña electoral
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