Recuerdo que, de muchacho me gustaba charlar de historia con
mi viejo. Como después me pasó a mí, la historia lo apasionaba y era muy
agradable como "contaba" los diferentes hechos... como si hubieran
sido ayer y vinculándolos a las cosas del presente.
Hoy, cuando recuerdo la Revolución del Parque pienso en
aquellos hombres, en "los
cívicos". Un grupo heterogéneo de personas de diferentes estratos
sociales, fogoneados por un grupo de muchachos que, apenas un año antes habían
dado el empujón a un proyecto tendiente a convertir la "letra muerta" de la Constitución
Nacional en algo real, palpable.
Era el comienzo de una epopeya, de una larga lucha para que "el régimen" ("falaz y
descreído"), desapareciera. Este “régimen” era fuente y benefactor de
un estado de cosas que, hoy por hoy, no nos suenan raras: corrupción, mentiras y el uso de las instituciones para beneficio de
unos pocos. La manipulación de la opinión pública y el fraude electoral
como herramienta básica para el acceso al poder por medio de lo que hoy
llamaríamos "patotas" para imponer la voluntad "del que
manda" a los demás.
Esa larga lucha comenzó con una reunión espontánea de unos
muchachos inquietos en 1889, para eso convocaron a un gran acto al que se
sumaron dirigentes de prestigio que no estaban comprometidos con "el
régimen". Básicamente dos de ellos fueron los principales actores: LEANDRO N. ALEM y BARTOLOMÉ MITRE.
"Don Bartolo" se quedaría en el camino un par de años después
"acordando" con Roca, pero eso ocurriría más adelante. Este acto
espontáneo repercutió en todas las provincias y, en poco tiempo LA UNIÓN CÍVICA era un partido
nacional, organizado y cohesionado.
Esto también fue una novedad, hasta ese entonces "los partidos" eran la expresión sumisa y puramente electoral de la
adhesión a determinado líder o candidato. Este partido no era así, tenía una organización, nacida "de
abajo", dirigentes poco conocidos y un claro programa: destronar al
régimen e instaurar gobiernos legítimos, no nacidos del fraude, respaldados en
la Constitución como "programa de acción".
Todo esto los hizo revolucionarios y, comprometiendo
oficiales del ejército, el 26 de julio
de 1890 se lanzaron a la acción, tomando el “Parque de Artillería” frente a
la actual plaza Lavalle. El objetivo era claro, destituir al
gobierno, nombrar una Junta Revolucionaria y llamar a elecciones libres y
limpias en un mes.
El movimiento fracasó, se sabe ya hoy, debido a la delación
de algunos de los "comprometidos". Pero fracasó solo militarmente porque en lo político generó un estado de
efervescencia y rebelión que no se detendría hasta que en 1912 "el
régimen" reformó la ley electoral, garantizó elecciones libres y limpias
y, en 1916 don HIPÓLITO YRIGOYEN sería consagrado el primer presidente elegido
en elecciones limpias, con voto secreto y obligatorio.
Tanto y tan poco.
Hoy quiero recordar a esos "cívicos" que, con
tenacidad y claras convicciones, no dudaron en qué debía hacerse y qué no debía
hacerse. Que su esfuerzo no haya sido
vano. Hoy, que contamos con sistemas electorales mucho más eficaces (aunque
todavía mejorables), nos está faltando
esa fuerza, ese "ensuciarse con barro" en el compromiso cotidiano con
la democracia.
La cuestión no es solamente votar... es participar, exigir
derechos, reclamar reparaciones y, ante todo, no aceptar más la corrupción como método cotidiano. Ni la pública ni la
privada. No la perdonemos en el pasado y no la permitamos en el presente.
La venalidad es la
burla hacia nuestra dignidad de ciudadanos, no la aceptemos mansamente.
Pensemos en los revolucionarios del Parque y, como ellos, plantémonos ante las
injusticias y los robos... ser
ciudadanos es mucho más que poner un papelito en un sobre, es ser El Soberano.