Don Arturo fue mucho más que un gobernante honesto. Representa lo más clásico y lo más noble de las tradiciones democráticas sudamericanas.
Su paso por la función pública fue una demostración de lo que anunciaba en su discurso de asunción como presidente: "hacer entre todos la verdadera revolución en paz..." Decir esto en medio del contexto internacional de 1964 era todo un desafío. Y él afrontó el desafío.
Sus posiciones internacionales marcaron un rumbo (y siguieron un rumbo, el que había
iniciado Yrigoyen: "los pueblos son sagrados para los pueblos como los hombres son sagrados
para los hombres...").
Sus medidas en el orden nacional generaron un bienestar y un
progreso que los distraídos se lo atribuyeron al régimen militar que lo desplazó del
gobierno y comenzó a dilapidar un legado que, aún hoy, seguimos añorando.
Su respeto por las libertades no fue un signo de debilidad, como pueden pensar los
pragmáticos y los pícaros, sino una demostración de verdadera fortaleza...

Recordar hoy a don Arturo es comprometerse a continuar su legado. Su pensamiento, absolutamente vigente para que nos ilumine y su conducta para que nos haga confiables.
Otra Argentina es posible, pero habrá de construirse desde el corazón y la decisión de cada ciudadadno que se decida a serlo...
Gracias, don Arturo...